Sunday, November 30, 2008

sol

16 cumpleaños de mi nieta mayor. Tal vez intuya un murmullo extraño ignorando su origen y sin mucha pena, deja huérfana a su muñeca; entre risas, coqueta con la vida. Aún siendo hoy, ya está en el mañana.
Es a esa edad cuando comienza a esfumarse el nosotros y aparece el yo como un sol en el horizonte.

viaje al olvido

Hoy se suicidó un amigo; incapaz de matar una mosca, a los 80 años, edad en la que el hombre se aferra a la vida de manera desesperada hasta la lástima incluso. Ni la falta de dinero, ni la soledad, ni la enfermedad, eran fantasmas que lo rondaran.
Hasta poseía el privilegio de alquilar algún amor de utilería, que como agua fresca sorbía haciendo crecer algunas hojas en ese árbol del deseo que los muchos años no habían aún carcomido.
Una muerte insólita (si es que las hay).
Todos tratamos de aventurar algún motivo. Uno solo. No lo hallamos.
Dicen los que saben que el suicidio no es provocado por una sola causa sino por la acumulación de varias. Todo es incógnita. También fue un 10 de noviembre que otro amigo, mi suegro, inició el viaje hacia el olvido.

"Cien mil muertos es una estadística, una muerte es una tragedia". (Stalin)

Sunday, November 16, 2008

De cuadernos en blanco

Encontré un cuaderno sin usar e inmediatamente pensé al ver sus hojas en blanco ¡Oh! qué extraño, aquí se guardan figuras y recuerdos, voy a pedirlos presatados al olvido por un momento, luego volverán a él. Y así voy a consultar a una egoísta memoria que sólo depara retazos de vivencias: un trozo de ópera; Don Bartolo codiciando a una Rosina fresca y despreocupada; o el pantallazo, sobre las tablas, de un Espartaco suspendido en el aire como huyendo de sus cadenas y la tierra; o el sonido que Ricci le hurtaba a un Amatti.
Una madonna del Sanzio...
Un verso de Baudelaire.
Una figura poética pensada por ese hombre que fue un creyente devoto de espejos y laberintos y que imaginó, allá en el norte, una aurora donde se mira Dios.
La figura, lejana en el tiempo, de un hijo que se superpone a la fotografía y no sabemos cuál de los dos es el original.
Las curvas de un camino en la montaña, allá en mi juventud, un arroyo, unas flores silvestres... ¿Dónde?...
¡Dónde!
Un rostro ya borrado, en cuyos ojos supuse un día la vida eterna, y en su color el paisaje verde que compartimos con Dios en los comienzos. ¿Serán polvo? ¿Dónde?

En ese tiempo di por descontado, sinceramente, que yo sería inmortal. Gritaba en la cumbre de los cerros las cuatro palabras postreras del hijo en la cruz, con la esperanza de que un carro de fuego, como a Elías, me eximiese de los males de este mundo.
Era el tiempo del Yuspe, el San Guillermo, el Río Chico y la Quebrada. Era el tiempo de las truchas, ese pez que sólo habita en los frescores de montaña, soledad y duendes, en aguas de una transparencia tal, que más que verlas, hay que imaginarlas.
Hoy es "Parque Nacional Quebrada del Condorito" Hollado por el turista fotógrafo o el paseante desprevenido, que quién sabe qué imagina, allí, donde nosotros una vez pensamos el cielo y la eternidad.
¿Las truchas? Las truchas también se habrán marchado. ¿Dónde? Tal vez al igual que nuestra juventud: hacia el olvido, la nada.
El hombre al igual que la vestimenta se destiñe, se gasta, termina con parches y remiendos, hasta de color distinto. Dicen por allí de fulano: "qué raro, ¡cambió de idea!" Pero no es así; no cambió nada, solo tiene un remiendo, un parche de otro color. Por eso no soportan a los ancianos, son ropa vieja, y a veces no los tiran a la basura porque como sucede con algunas prendas, las guardan de recuerdo (eso en el mejor de los casos)(ojalá tenga el coraje).
No somos UN hombre, somos EL hombre, somos la especie toda, no el individuo. Somos un clon repetido hasta el hartazgo, en todos los colores y modelos; todos los seres vivientes que nos rodean están presentes en él; desde el pájaro y la flor, hasta el chacal.

Sólo el arte nos separa de los animales.
Vea sino, tómese un huevo de calandria, lléveselo a Australia o a la muralla que inició el chino que quiso abolir el pasado, incúbelo y verá al cabo de unos días, aparecerá un pajarillo parecido a cualquier pajarillo pero que con las semanas se transformará en una calandria y luego cantará como sus antepasados, con su conducta, sus plumas, sus miedos. Todo ello devino en el mapa genético de los de su especie, impreso en la célula madre. Con los hombres ocurre igual, todo está en el registro genético. Hasta allí ave y hombre comparten tiempo y espacio en una igualdad espeluznante.
Pero un día se oye una música que nadie escuchó nunca, que no estaba en ningún clon de nadie y aparece el arte.
Descubrimos que Beethoven es un hombre cualquiera pero posee el fuego divino que Prometeo robó a los dioses: es el don de producir ARTE.
Por él, Rafael pintó colores que desconoce el mismo arcoiris.
Y podemos ver el hambre en el Ugolino traidor.
La desesperación y la lucha feroz por la vida en el Laocoonte.
La piedad en el gesto dulce de esa joven mamá que contempla en su falda al hijo asesinado.
A Homero que mezcló a los dioses con los hombres.
A Shakespeare que develó todos los rincones del alma.
A Einstein que sospechó un espacio y un tiempo curvos...
y así de ese modo el Universo!
El arte, al contrario de lo que ocurre con los actos de los otros seres vivientes, en que todo, absolutamente todo, es herencia repetitiva, el arte es la creación misma.
Hasta las divinidades son frutos del a imaginación. Dios es una obra de arte pintada por los hombres en sus propias almas. El Fiorentino lo pintó en un techo.
Y qué extraño: a los dos hay que hacerles mantenimiento y limpieza, de tanto en tanto, para que perduren!

PD: Con los años no sabré tanto, pero ignoro menos.

Miserere

Era un conocido. Nos saludábamos al cruzarnos por las calles.
Su nombre: Darío; su oficio: fotógrafo; su distracción: la quiniela; su consuelo: la cerveza; su compañía: la soledad.
Todos lo apreciaban en el pueblo.
Fui a su velatorio.
Allí el padre, su papá, parado junto al muerto repetía una y otra vez: "perdoname Darío, perdoname Darío"...
Con voz queda, su ruego insistente martillaba el borde del féretro en un intento inútil por despertar la compasión.
¡Quién sabe qué acto vil lo impulsó a tan grande contricción!
Casi podían oirse los reproches de su conciencia. Sus ojos enrojecidos dejaban translucir, como en dos cristales, las llamaradas de su alma. Las lágrimas no apagaban el fuego que lo consumía.
Magnificado todo por lo irreversible, esa escena me mostró cuán cerca estamos del infierno.

Huyendo, me interné en la noche, sospechando en cada sombra el espectro del muerto que, en un acto supremo de piedad, absolviese al pecador. "El sueño, hermano de la muerte" (decía el aeda) tardó en venir a mi cuarto, quizás espantado por esos temores inexplicables que, de tanto en tanto, asolan el alma humana.

El hombre, hacedor de dioses, termina, también, creando sus propios infiernos.

Agnus dei qui tollis peccata mundi; ora pro nobis.

M

Creí una vez que si había una sola alma que ignoraba la maldad aún en la forma más opaca era la suya. Su sonrisa frecuente era incapaz de ocultar una tristeza que asomaba en sus ojos, reflejando, quizás, una herencia remota, ancestral. Daba la idea de que cruzaba por el mundo con un determinismo inexorable, fatal.
De haber sido su vida en edades bíblicas, de la mano de Abraham, con su sola inocencia, habría salvado del fuego a las dos ciudades más pecadoras.
En una oportunidad me comentó que Dios era el programador de sus actos y la ayudaba en sus momentos difíciles. Le respondí que este señor no sería una persona muy cuerda si primero la metía en un lío, para sacarla luego de él; o que, en el más optimista de los casos, la agarraba para la joda. Se puso muy mal y me dijo que no debía hablar de ese modo.
En verdad, poseía una fé enorme, su creencia era de un realismo palpable, tal como el llanto de un bebé en un colectivo. Su Jehová le era particular (de su propiedad): no lo compartía en las sinagogas.
Alguien con no muchas aristas para inspirar grandes recuerdos, pero sí, con una bondad e inocencia capaz de perdurar hasta en la memoria más perezosa.
Ésta es la imagen que tengo de ella. Ruego a su Dios, no la abandone en los momentos de congoja.

Invierno

A veces el invierno se perfuma de verano y huele a calores por unos días para luego retomar a sus olores húmedos y fríos. Tristes.
No es que asocie ésto con los pesares ni que la muerte sea más muerte en este tiempo que en verano. No.
La ausencia de verdes, la falta de flores, el topless de los árboles aunado todo al avinagrado comportamiento de las gentes, hacen de esta estación algo que ronda en lo despreciable.

Obra

Hoy me ha visitado la desdicha.
Una nostalgia que es la suma de todas las nostalgias, como una manga de langostas, se propuso devorarme el alma, y por primera vez en mi existencia, lloro mi propia muerte.
No el temor que espanta a todos los mortales. No. Lloro el vacío que habrá de quedar en los seres que me aman. Lloro porque se habrá marchado conmigo un trozo de sus almas y que tal vez quieran llenar con lágrimas. Lloro lo retratos de mi padre y de mi madre que guardan mi memoria; sus sonrisas, sus tristezas, sus vestidos, sus amigos, sus afanes...
Ellos también se habrán ido conmigo cuando caiga el telón de esa obra efímera que con orgullo denominamos "la vida"

Puntos de oscuridad

Se prodigaba una noche de esas que solo conocen aquellos que han estado en las sierras de mi Córdoba: un infinito de estrellas, separadas apenas por puntos de oscuridad, porque en verdad, así son las noches de Tanti.
No conozco las de Granada en "La Alhambra", ni las de Bagdad, inmortalizadas por los relatos de Sherezada; pero tampoco conozco la envidia para con esos lugares.
El sur, la patagonia, reserva también esas visiones de ensueño pero... Son mudas. Quizás estén habitadas por hadas y duendes de los bosques (yo los he percibido) no obstante, impera el silencio. Allá en mis montañas a orillas del arroyo, montan sus escenarios nocturnos ranas y sapos que conciertan su música, tal vez para deleite de espectadores que nosotros ignoramos y sólo ellos ven, acompasado todo por el isócromo grillo que un poco avergonzado de su única nota, la emite oculto en las sombras.
¡Oh, Tanti! ¿Dónde guardas esa música? ¿Dónde aquellos (mis) años? ¿O acaso vos también los haz perdido?
El asfalto, las muchas gentes, los ruidos, el griterío de los niños, la sirena de los moribundos...
¡Eres una ciudad! y en las ciudades no hay arroyos donde canten las ranas y los sapos, las luces apagan a las estrellas. Será por eso que hay tanta soledad y miedo.